Justo en ese momento, Pulgas salió disparado a través de los sinuosos caminos del parque. Habrá olido un conejo, pensó Víctor. En esta época no es infrecuente verlos aparecer entre los setos en busca de restos de comida. Y más en un día como hoy, los domingos siempre permanecen algunos excedentes de las inmensas comilonas campestres.
Pero su actitud cambió cuando vio que se lanzaba descontrolado hacia una joven que paseaba un pequeño terrier, que se echó para atrás asustado. Ella lo sujetó entre los brazos mientras Pulgas se acercaba cariñoso – aunque quizá demasiado efusivamente – hacia sus nuevos amigos.
– ¡Eh, Pulgas, qué haces! ¡Para! ¡Quieto!
No tuvo más remedio que disculparse ante la chica – y el terrier – que aún temblaba aterrado y miraba a Pulgas con recelo.
– ¿Es que está loco? ¿Cómo lo deja suelto si no es capaz de controlarlo? ¡Casi se come a Polka!
Y Víctor, a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, echó a reír como si fuera la primera vez que lo hacía en mucho tiempo. Diana – que así se llamaba ella – aunque ya tendría tiempo de descubrirlo, le miraba casi con la misma expresión que Polka, una mezcla entre desaprobación e intriga.
– Lo siento, de verdad. Aunque he de decir que Pulgas es completamente inofensivo. Tiene una apariencia un poco desaliñada, pero en el fondo, es un buen hombre. SIento si les ha asustado y espero que no le haya causado ningún trauma a…
– Polka.
– Sí, eso es, a Polka.
La pequeña Polka dio un gritito al oír su nombre, pero su semblante indicaba que le costaba fiarse de los desconocidos. Aún así, parecía que estaba más relajada. Diana también aflojó un poco sus músculos. La verdad es que Víctor parecía un chico agradable.
– En fin, ha sido un placer. Pero debemos seguir caminando. A Pulgas le encanta correr por el patio del Emperador, el que está justo detrás de la arboleda principal. Y él es el dueño de la casa, aunque me cueste reconocerlo… Así que iremos un rato antes de que anochezca. Ha sido un placer, señoritas. Y de nuevo, disculpad los modales del «señor».
– No ha sido nada. Polka es un poco asustadiza, pero se le pasará. Y ahora que se conocen, quizá podría ser buena idea que un día compartamos el paseo por el patio del Emperador. A ella también le gusta mucho.
– ¿Qué dices, Pulgas? ¿Les dejamos venir un día?
– Wauf!
– Creo que eso es un sí. Y ya os he dicho que es el que manda. Nos veremos.
– Sí, nos veremos.
Diana continuó por el sendero que pasaba al lado del estanque, y por primera vez se percató de que las vayas estaban decoradas con pequeñas libélulas de colores. «¡Qué raro!», pensó. «Juraría que nunca las había visto antes.»
– Vamos Polka, se hace tarde. Y ya hemos tenido bastante por hoy, ¿no te parece?
Diana giró la cabeza, y no pudo ver la cara de satisfacción de su perrita. Sabía que a partir de ese día, nada sería igual. Y, moviendo sus patas con un ritmo rápido, se puso al lado de su dueña, que había empezado a tararear una canción con una alegría poco fundamentada.
– «¡Hasta mañana!», repitió bajito, para que nadie pudiera oírla.