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El momento en el que te dejas llevar por la corriente en lugar de aferrarte desesperadamente a cualquier punto de sujeción puede marcar la diferencia. Ese instante de valentía puede medirse en la palma de la mano o podría no hallar lugar en toda la superficie de la tierra. 

Esos segundos de indecisión pueden ser el peso que incline la balanza hacia un buen destino o un camino delirante entre los miedos y la inseguridad. 

Suéltate y salta, o nada, o piensa. Detén tu mente para activar tu vida. Vive, corre, vuela. Sé. 

La ventana

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No sabía qué tenía de especial aquella ventana, pero en la totalidad del edificio destacaba como la estrella Polar en una noche de ciudad. Siempre había llamado su atención, y es que en toda la avenida era la única que conservaba ese marco antiguo con inscripciones del siglo XVII. Había pertenecido, según sus  inconclusas investigaciones, a alguna familia adinerada de aquel siglo, y la habían construido en recuerdo a un familiar que fuera conocido como un músico de renombre en toda la región. 

Ahora la ciudad había cambiado. ¡Vaya si lo había hecho! Y aunque las estructuras arquitectónicas del entorno parecían ir acomodándose a las directrices de los nuevos tiempos, aquella ventana se abría como un túnel al pasado, y sus inscripciones, Veritas in simplice se levantaban como un lema a la vida tranquila y a la felicidad en las pequeñas cosas. «Debió ser un buen hombre» – pensaba para sí, cuando observaba a los pájaros posarse sobre el estrecho alféizar. Es como si las aves presintieran algún tipo de buena vibración, y decidieran impregnarse de ella antes de continuar su viaje». Lo cierto es que los habitantes de la casa también intuían en ella algún tipo de sensación especial. Nunca nadie la había sustituido, y aunque constantemente eran necesarias obras de remodelación en el edificio, esa ventana – que daba a la escalera principal – no había sido tocada, no se sabe si por respeto o por superstición.

Para Mara, ése iba a ser el día. Quería descubrir qué se observaba mirando a través de la ventana, en lugar de conformarse exclusivamente con la perspectiva que podía obtener desde la calle, ya desierta y tranquila. Llevaba algún tiempo dándole vueltas a una estrategia para colarse en el edificio y descubrir cómo se veía el mundo a través de esa antigüedad situada en el segundo piso. Subiría las escaleras en silencio, como si de un acto solemne se tratara, y apoyaría sus brazos para después detener la vista en el horizonte, respirando por primera vez desde hacía muchos años. Anhelaba esas experiencias en las que aún existía un pequeño componente de riesgo, en las que el miedo a ser descubierta hacía más intensa y deseada la meta final. Hoy lo conseguiría, estaba decidido.

Fue más sencillo de lo que esperaba. Sólo tuvo que aguardar el momento en el que algún vecino bajara a tirar la basura, e introducir su pie en la ranura entre la puerta y el marco para que no se cerrara completamente y poder acceder a las escaleras segundos después. Así lo hizo. Una vez dentro sintió una oleada de emociones («Lo he conseguido») y trató de contener las ganas de saltar. Hubiera sido fácil, de todos modos, pero nunca se había atrevido a dar el paso. Ascendió con calma por los peldaños hasta que llegó al descansillo del segundo piso. Tensión, las pupilas dilatadas, el corazón palpitante. Levantó despacio la mirada y allí se encontró, cara a cara, con ella. Su ventana. Tuvo que inclinarse un poco para descubrir el mundo que se abría a través de ella. Estaba abierta, como si hubiera anticipado que Mara la visitaría esa noche. Allí, de puntillas, se quedó un rato observando las luces que se iban apagando progresivamente en la distancia. No se dio cuenta de que el tiempo pasaba hasta que empezaron a dolerle los gemelos al permanecer en esa posición en busca de respuestas que sabía que sólo allí podía encontrar. 

Pensó que tal vez Francesco, el violinista que había habitado ese mismo lugar varios siglos atrás, debió sentirse afortunado de tener un lugar como ese para evadirse del mundo. Supuso que la verdad, como había mandado tallar en el marco, se encontraba en las cosas sencillas. Que no había que perder el tiempo intentando buscar una solución a escala mundial, ella se conformaba con sentirse a salvo en ese mundo de gigantes. Se sorprendió sonriendo mientras pensaba en cómo iba a volver a casa. Eso no lo había pensado. Pero fuera como fuese, hoy tenía una importante respuesta a todas sus preguntas.

«No era necesario empeñarse en buscar una realidad, sino aprender a valorar la que le rodeaba».

Su mundo de gigantes empezó a cobrar sentido y ella comenzó a sentirse un poco menos pequeña.