Aún no


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Mi parte favorita de las películas es el momento en que empieza a salir el sol. Ésa es la señal de que todo ha terminado. Y sí, aunque las cosas nunca vuelvan a ser como al principio, la acción siempre desemboca en un final, no necesariamente feliz, pero un final al fin y al cabo.

Los personajes cambian, maduran, reaccionan. Algunos luchan, otros mueren, y la mayoría resisten gracias a un componente imprescindible, la suerte. Pero nada queda como estaba: el ama de casa se transforma en madre coraje, el ladrón en superhéroe rehabilitado, la cocinera ñoña en una superviviente.

Todos atraviesan fuegos, lidian con las desavenencias del destino y pierden algo de gran valor. Ninguno de ellos había advertido en su vida un sentimiento cercano a la comodidad y exigen un cambio. Un cambio, la tormenta.

Resuenan los truenos, los disparos, los gritos. Los más puros instintos se desatan. Después sólo se escucha la calma. Con su acto de presencia, el sol se va haciendo más visible.

Más de uno sonríe, observa, suspira, llora. De alegría, de rabia, de alivio, de esperanza. También nosotros, meros espectadores.

Aunque para saber si el verdadero final ha llegado hay que esperar a ver los créditos en la pantalla. 

No los vi esta vez.

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