Paseo

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Todos sus encuentros habían sido siempre muy “raros”.

Sí, exacto, ésa era la palabra perfecta para describir las veces que habían coincidido. La primera, en la caja de ahorros, cuando ambos tuvieron la idea de aceptar la única plaza libre para un viaje a Chipre en agosto. Otra en San Marino, en una convención sobre algún tema medioambiental que ninguno recuerda, y la última de ellas, ayer, en Barcelona. Éste encuentro fue, sin duda, el más casual. Ambos caminaban por la acera izquierda – manías que uno va adquiriendo con el tiempo – y casi chocaron cuando ella se paró en seco intentando esquivar una bicicleta, y él andaba distraído leyendo un panfleto de una clínica dental. 

No pudieron evitar mirarse y sonreír, la situación lo requería. Se reconocieron el uno al otro, aunque no sabían ubicarse en un día ni en un lugar concreto. Pablo, que obviaba siempre los detalles y prefería las cosas prácticas, sintió una especie de punzada en el estómago. ¿Un flechazo? ¿O le habían sentado mal las tostadas del desayuno?

Loreto, en cambio, no sintió nada. Sólo un silencio indescriptible, como si de repente hubiera dejado de oír, y sólo se advirtiera un leve retumbar en su pecho. “¿Será él?”, pensó. Pero no dijo nada.

Siguieron caminando, sin volver la vista atrás. El ciclista, al final de la calle, se había detenido ante un semáforo en rojo. Lo había visto todo, pero tampoco dijo nada. “Como si fuera a servir de algo…”, pensó para sí. Ya eran más de las ocho, y el semáforo cambió al verde. La multitud se llevó consigo los pensamientos del chico de la bicicleta y los diseminó por toda la ciudad como confeti. Quizá aún no era demasiado tarde.

 

2 comentarios en “Paseo

  1. ¡Qué real! Yo creo en el destino, aunque otros le llamen casualidad y creo que a todos nos ha pasado un poco eso. ¿de qué conozco a esa persona? Muy buena la entrada. Un abrazo.

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