Tras el telón

 

– Pareces preocupado.

– Sí, a veces no sé cómo continuar el guión. Pienso si sería mejor un suspiro, una caída de ojos. ¿Qué tal un asentimiento de cabeza?

– Sí, bueno, eso podría encajar. Ya sabes, es como afirmar estar de acuerdo, pero sin decirlo directamente. La imaginación hará el resto.  ¿Cuándo estrenáis la obra?

– Mañana, a las ocho. Lo cierto es que el tiempo ha pasado volando. Ya ni me acuerdo de cuando empecé de reponedor de botellines de agua hace seis meses. Y ahora, fíjate, un papel secundario al final de la obra. Y con todo lo que conlleva, ¿por qué no puedo evitar estos quebraderos de cabeza?

– Mira, actuar es, en ocasiones, como jugar a la vida real. Finges ser un personaje que sabe perfectamente cómo comportarse, aunque en realidad tenga un guión escrito de antemano. Es parafrasear lo que alguien ha dicho antes, es fácil.

– Fácil para los que tienen buena memoria. A mí sin embargo, lo de actuar y vivir no se me da muy bien… Y copiar una forma de ser. Vaya… eso sí es complicado. O imaginármela. Creo que no tengo nada que hacer mañana.

– Estoy segura de que estarás brillante. Intenta no pensar mucho, y deja que las palabras fluyan, como haces siempre. Esa forma tan especial que tienes para decir las cosas… Seguro que consigues cautivar al público.

– ¿Tanto como a ti?

– Sí… tanto como a mí…

Llueve

 

Llueve de día y de noche, a todas horas. 

No se escucha el viento, pero permanece su aullido desconsolado, en busca de cobijo. 

Llueve y César permanece mojado, en la acera, con un cartón sobre su cabeza. Está mojado. 

Llueve, tanto más cuanto menos quiere. Llueve por fuera y llueve desde dentro, qué extraña analogía. Llueve despacio, más rápido, incesantemente. 

Un día lluvioso, como tantos otros. Pero esta vez no se siente libre de elegir caminar bajo la lluvia, no consigue retener los sollozos. Esta vez, la lluvia se le escapa entre los dedos. 

Y resbala. 

La vida en el pasillo

La vida está llena de esperas. ¿Cuántas veces nos ha tocado recorrer una salita en un hotel, en un hospital, en un colegio, sintiendo el pulso del reloj en la pared, y preguntándonos por qué parece que el tiempo se hace de rogar cuando más ansiamos que pase rápidamente?

No sabemos adaptarnos a la incertidumbre, y nos ataca la impaciencia. No somos capaces de dejar correr esos segundos, minutos, horas, sin preguntarnos qué está pasando, cuánto más habrá que estar a la expectativa, y por qué nos está pasando eso precisamente a nosotros. Nosotros que no sabemos esperar, que ni siquiera lo intentamos.

En muchas ocasiones, las situaciones se arreglan dejando pasar el tiempo y admitiendo que las cosas volverán a su cauce. No comprendemos que forzar las reacciones de las personas que nos rodean, o pretender ser alguien que no somos no es la opción más cuerda. Ni la más saludable, ni para la mente ni para el corazón.

Aún así, muchos se empeñan en crearse ilusiones como hacía la lechera del cuento. Se visualizan a sí mismos en una situación que no les corresponde, basando sus sueños en construcciones sin cimientos, dejando volar la imaginación. Y ésos se estrellan.

Por otro lado, están aquellos que se limitan a esperar que su vida se arregle sin mover un solo dedo, pensando que quizá la suerte les sonría, de nuevo, como tantas otras. A lo mejor esta vez sí tienen éxito, pero las garras de la pereza y la apatía suelen terminar por mantenerles alejados de la realización personal, porque han pasado a transformarse en autómatas convencidos.

Por último están los que valoran sus posibilidades, se toman su tiempo para pensar en lo que quieren hacer, creen en sus aptitudes y capacidades, y dan lo mejor de sí mismos para llegar a sus metas, o al menos acercarse lo más posible a ellas. Suelen llegar lejos y es esa decisión de superación la que les permite alcanzar las cimas más altas. 

 

No sé qué tipo de persona abunda más, qué es lo que nos impulsa a querer adelantar las manillas del reloj, o qué nos determina para no hacerlo y ni siquiera molestarse en mirar la hora. Pero intuyo que en cierto modo, la espera es algo más que un estado pasivo ante una sucesión de acontecimientos. 

 

Esperar es conocerse a uno mismo y tener algo de esperanza en los demás. 

Empezando

 

Llevaba un tiempo planteándome qué hacer con mi vida. Desde hace un tiempo, mi camino de baldosas amarillas se esfumó sin ser consciente de cómo iba desapareciendo con cada uno de mis pasos. Avancé, progresé y fui creciendo. Caminé de todas las maneras posibles: unas firme, otras dubitativa y algunas veces de puntillas, deleitándome con las vistas que me rodeaban, o sintiendo los olores, los sonidos y las experiencias que iban completando ese viaje sin fin.


Y de pronto, sin desearlo ni esperarlo, aquí estoy, en medio de la nada, con un camino a medio recorrer y muchas rutas que se abren ante mis pies. Y entonces me pregunto: ¿Cuál debo elegir? 


El miedo a lo desconocido, a veces, puede hacernos ansiar volver por donde hemos venido, buscar en los recuerdos algo a lo que aferrarnos, sentirnos seguros como habíamos estado hasta ahora. Pero creo que ha llegado el momento de ser valiente y tratar de escribir una nueva historia desde el punto en el que estos adoquines amarillos me han animado a volar del nido, y me han dado la oportunidad de ser, por fin, yo misma.


Así que aquí estoy, creando algo desde cero, y esperando poder encontrar el camino correcto, que no está establecido, sino que cada uno debe buscar en su interior…


Y coincidiendo con el fin del verano, creo que iré a buscar mi abrigo y mi paraguas para disfrutar del largo trayecto bajo la lluvia. 


Nos vemos en el camino.